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La preocupación por permanecer eternamente jóvenes es común en todo ser humano, pero si vives de tu imagen y millones de personas te ven en una pantalla grande donde se te ven todos los pequeños defectos, se termina convirtiendo en obsesión. Eso es lo que le pasó a Nicole Kidman, que con la aparición de las arrugas propias de su edad comenzó a depender del botox, convirtiéndose en una muñeca de porcelana algo tétrica y echando por la borda su carrera.
Hollywood la cambió ya antes de las inyecciones, pasó de ser una australiana pecosa con pelo rizado, a una glamurosa estrella cinematográfica siempre perfecta y sin rastro de peca alguna.
Su separación de Tom Cruise propició su hasta entonces poco reconocida carrera y le llevó a hacer títulos como Moulin Rouge, The Hours y Cold Montain con las que acapararía premios y recaudaciones.