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Con el camino allanado, y los errores de Kenneth Brannagh (con pequeñas aportaciones de Whedon) pulidos, la secuela tenía todos los puntos para ser muy superior a su antecesora.
El gran problema que hubo en la primera parte era que Brannagh parecía mostrar una versión Shakespeariana del cómic, con armaduras brillantes, cabellos impecables, y enredos familiares propios del famosos escritor. Pero se olvidó de que entre manos tenía bárbaros hechos para la guerra, y de que Thor no repararía en como se le queda el pelo tras una batalla. Por suerte, Alan Taylor cogió el testigo tras dirigir episodios de Game of Thrones, un estilo similar al que deberían haber recurrido desde el principio, y dando en el clavo con lo que se necesitaba en la saga.