Matthew Vaughn tuvo una importante decisión hace un par de años, dirigir X-Men: Days of Future Past, o llevar adelante un largometraje original partiendo de un cómic que Mark Miller escribió expresamente para que lo adaptara. Y tal y como le esta pasando a Joss Whedon actualmente (que amenaza con abandonar Avengers para seguir produciendo series y películas originales), Vaughn prefirió realizar material propio antes que seguir con otra entrega de los mutantes, tras realizar la mejor hasta el momento X-Men: First Class, y dejándole a Singer la historia de la secuela, y dirigiendo la mejor escena (la tan comentada escena de Mercurio).
Vaughn tiene una recomendable filmografía, tanto como productor (Snatch, The Debt, y habrá que estar atento a la nueva adaptación de The Fantastic Four, donde también produce) y como director, y sobretodo, tiene personalidad, algo difícil de conseguir, y que tras Kick Ass y Kingsman, nadie puede poner en duda.
Con Stardust renovó el género fantástico que tan perdido estaba desde hacía años, y no se cortó un pelo a la hora de adaptar el violento cómic Kick Ass, donde la violencia y vocabulario no eran para todos los públicos, y que la piratería la perjudicó en exceso, siendo la película más descargada de su año, con la taquilla justa para asegurar una secuela. Y ahora se apropia del estilo Bond para llevarlo de forma más cómica, surrealista y espectacular.
En la saga de X-Men ha sido el más fiel al cómic, y el que mejor ha tratado a los personajes. Su Magneto en la piel de Fassbender, la relación Mística-Xavier, escenas de acción bien filmadas etc... Son ejemplos de algo que Singer no ha podido emular en las tres entregas que ha realizado.
Pero Kingsman lo tenía más difícil esta vez porque no partía con tanto seguimiento como con Kick Ass y X-Men. Pero como siempre hay que tener fe en Vaughn, el británico se ha sacado de la manga una ejemplar comedia de acción que funciona en ambos géneros, con un guión sencillo lleno de gags que funcionan (la gran cena es un ejemplo), ritmo, y una dirección soberbia que deja momentos para recordar.
Kingsman: The Secret Service narra la vida de Eggsy, un adolescente británico algo violento con una vida complicada tras perder a su padre. Tras el enésimo altercado, es requerido por Galahad (Colin Firth) para optar a formar parte de los Kingsman, agentes secretos que salvan el país sin que se sepa nada de éllos.
Una sinopsis mil veces vista (adolescente rebelde al que forman para llegar a salvar el mundo), que requiere que la originalidad se dé en la realización, y por suerte, así sucede. Vaughn va directo al grano desde el primer segundo, utilizando los créditos de inicio para ir poniendo en situación al espectador, y no le hacen falta ni cinco minutos para dejar claro lo que quiere ofrecer. Eso no quita que no utilice clichés, pero por suerte, esto sucede únicamente en la primera parte, hasta llevar al protagonista hasta las instalaciones de los Kingsman, donde la personalidad del director hace de las suyas.
La estética británica heredera de Bond y Sherlock Holmes, y fotografía minimalista le sientan de maravilla al film, donde no hay uniformes con capas, ni armaduras, pero hay trajes con corbata a mida, monos de Burberry para entrenar, y armas de lo más chic y originales (atención a la escena del paraguas). Samuel L. Jackson ejerce de nuevo como el villano desenfadado que da el contraste ante el refinamiento de Firth, con un curioso y malvado plan (si veis la película no lo contéis) y sus excentricidades, acompañado por una dama con prótesis afiladas en sus piernas que desmembran a cualquiera en un lo que dura un pestañeo.
Kingsman cuenta con todos los ingredientes para hacer un film algo más que entretenido, con guiños a la cultura pop, referencias a clásicos como The Shinning (El Resplandor) y Scanners, y un humor sin filtros y muy salvaje tanto gráficamente como en el vocabulario (si habéis visto Kick Ass os haréis una idea). Y aunque hablemos de humor, no se han cortado a la hora de filmar las espectaculares secuencias de acción, tanto en las coreografías (con un Colin Firth como nunca antes se ha visto, y que esta impresionante en las batallas), persecución en coche, y efectos especiales, con un acto final para enmarcar, y que consiguió que la sala entera se arrancara a aplaudir.
La dirección de Vaughn brilla sobretodo en las luchas, filmadas velozmente pero sin ser difusas, y dejando al espectador ver quien pega a quien (esto no es Transformers), dándose el punto álgido en la escena de Firth contra cientos de personas, con disparos, golpes y apuñalamientos sin dar un respiro.
El reparto lo lidera Colin Firth, dando la sorpresa en un papel que a priori parece típico en él (el galán británico), pero que sorprende a la que llegan las escenas de luchas, donde vemos al inglés marcándose una coreografías a lo Uma Thurman en la lucha contra los 88 maníacos en Kill Bill, nunca antes vistas en su carrera. El debutante Taron Egerton cumple sin más. Samuel L. Jackson y Michael Cain de nuevo roles que les van como un guante, Mark Strong dejando de ser el malo de turno como de costumbre, una bella y desconocida Sophie Cookson, y Mark Hamill (Luke Skywalker) con un papel muy diferente al del mítico héroe galáctico.
En definitiva, Kingsman no inventa nada que no se haya visto, pero las aportaciones que hace son originales, y recoge lo mejor de sus referencias aprovechándolas hasta conseguir un espectáculo grandioso, sin arruinarse el traje y haciéndonos reír. Si los números acompañan, y no baja el nivel, estamos ante lo que puede ser una gran saga.
NOTA: 8/10
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